Como millones de argentinos, el músico más influyente del rock latinoamericano pasó casi todas las vacaciones de su infancia en la ciudad. Aquellas temporadas quedaron grabadas a fuego en la memoria de su familia, cuyos integrantes aún conservan imágenes inéditas y recuerdos jamás contados.
Por Bruno Verdenelli
verdenelli @lacapitalmdq.com.ar
Levantó la vista y observó el estadio colmado de fans. La Gira Animal había confirmado que Soda Stereo era el grupo de rock más importante no sólo de Argentina, sino de toda América Latina. Y ese era el último show del tour, que había llegado a convocar a más de 250 mil personas en la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires algunas semanas antes.
Ahí estaba Gustavo Cerati, nada más y nada menos que en Mar del Plata, en pleno verano de 1992, como cuando era sólo un chico que vacacionaba en la misma ciudad junto a su armoniosa familia. Entonces tomó la guitarra, y mientras seguramente recordaba aquellos días felices en la playa, interpretó la canción Té para 3, una hermosa balada que había compuesto dos años antes entre sentimientos de impotencia y resignación frente a la inexorable agonía de su padre, provocada por un cáncer terminal que finalmente le causaría la muerte en el medio de esos dos masivos recitales.
“Yo sé que escucha”, dijo con la voz quebrada. Su madre Lilian y sus hermanas Estela y Laura se conmovieron en la platea. Era 27 de enero: la primera vez que Soda Stereo tocaba ese tema desde el fallecimiento de Juan José, ocurrido a comienzos del mismo mes.
Fue un momento bisagra, contaría después. Para entonces, y desde enero de 1985, Gustavo ya había visitado la ciudad en innumerables ocasiones junto a Zeta y Charly, sus dos históricos compañeros de rock. Y volvería a hacerlo en otras tantas. Sin embargo, ese día en el estadio Mundialista comprendió que el tiempo había pasado y que el niño ya era un hombre y el hombre una estrella. “Jamás pensé que podía morirse mi viejo”, confesaría incrédulo a la prensa, con el paso de los meses. Claramente, en esa época sentía que volaba aún más alto de lo que había soñado.
Pero, por esas cosas de la vida -y la muerte-, la visita a “La Ciudad Feliz” lo retrotrajo a la infancia. Al anonimato. Porque, como millones de otros argentinos, los Cerati habían veraneado en sus playas casi todas las temporadas de las décadas del ´60 y el ´70.
Cuenta Estela, hermana de Gustavo, que su padre amaba el agua, el sol, los árboles, la fuerza natural… Todo aquello que pudiera abstraerlo del ya entonces furioso cemento porteño. Y no bien logró una posición económica favorable, Juan José empezó a insistirle a Lilian con viajar dos semanas por año a la costa.
La primera vez que lo hicieron, Gustavo tenía casi 5 años y Estela tres menos. Laura, la tercera hija del matrimonio y quien acabaría por ser el nexo entre su hermano mayor y el baterista de su futura legendaria banda -se conocieron cuando Charly quiso conquistarla en la adolescencia-, todavía ni siquiera había nacido.
“Cuando vio el mar por primera vez, mi papá se deslumbró. Era de Concordia y estaba acostumbrado sólo a los ríos y a los arroyos. En cambio mi mamá sí lo conocía, porque tenía familiares en Quequén”, recuerda Estela. Ese fue, principalmente, el motivo por el cual cada diciembre en un 4L, y luego, con el progreso económico, cada enero en un Falcon ´68, los Cerati cargaban sus valijas y viajaban a Mar del Plata.
Juan José Cerati y Lilian Clark posan junto a sus hijos Gustavo y Estela en la Bristol. La fotografía pertenece al album familiar, guardado como un verdadero tesoro.
Se hospedaban, generalmente, en viviendas alquiladas cerca de Punta Mogotes. Contrariamente a la mayoría de las familias que visitaban la ciudad en aquella época, elegían ese sector porque estaba alejado del bullicio del centro, al que sólo iban a pasear de noche. Es que a Juan José le encantaban los paisajes agrestes y entonces las playas ubicadas al sur del Puerto aún eran prácticamente vírgenes. No existía el complejo de los balnearios y muchas de las manzanas en las que hoy se levantan casas o edificios estaban desiertas o cubiertas de vegetación.
“Hacíamos mucha vida de playa. Mamá siempre cuenta que papá era muy ‘gamba’ para llevarnos encima, junto con la heladerita, y caminar lo que fuera hasta las playas de Mogotes. Dejábamos el auto lejos y pasábamos todo el día ahí: ellos decían que así nos asegurábamos un buen invierno porque tomábamos sol y nos metíamos en el mar”, agrega la hermana de Gustavo.
Como en efecto dominó caen a la conversación los momentos inolvidables. Un hervidero de palabras que fluyen en el relato surgido de una memoria fresca a pesar del paso del tiempo. “Cuando no estaba tan lindo el clima íbamos al Puerto, y también a Camet. Recuerdo buscar lugares en bosques para tomar mates y acampar, a los que hemos ido con amigos de mis padres… Mar del Plata fue durante mucho tiempo ‘el paisaje más soñado’, como diría él en una canción. Porque era como el marco más precioso para la familia que queríamos ser. Éramos una familia feliz”, afirma Estela.
El músico pasó la mayoría de las vacaciones de su infancia en “La Feliz”.
El Pato, Montecatini y los paseos por la rambla
La asociación es obvia: “Si paraban en Punta Mogotes, deben acordarse de El Pato”. Y la respuesta, lógica. “Lo recuerdo, claro, y lo mismo mi hermana. También me acuerdo del Faro, y que íbamos a comer a Montecatini y paseábamos por la Bristol de noche. No éramos de ver obras de teatro o espectáculos pero ya caminar por la rambla era todo un acontecimiento”, indica Estela, que a su vez sostiene que la presencia de la comunidad artística que se instala verano a verano en Mar del Plata puede haber sido una influencia en la inmensa carrera que luego construiría su propio hermano.
“Creo que la ciudad ha sido como una gran pantalla, y no sé cómo le impactaría a Gustavo, porque ahí estaban los actores; era lo que veíamos en la tele o en la revista Gente, que se compraba en casa… Y mucho después fue muy loco ver a mi mamá en la tapa, además de verlo a él por supuesto”, confiesa, todavía asombrada por esas vueltas del destino.
Ya iniciada la década del ´70, con Gustavo en la preadolescencia, se registraron nuevas vivencias. Después de escarbar en su mente, a Estela la asalta una anécdota que creía perdida: tiene la imagen de su hermano entrando al mar con una chica. Se sabe que, como toda estrella de rock, el líder de Soda Stereo viviría numerosos romances luego, en su etapa de adulto, pero hasta ese momento sus familiares jamás lo habían visto en una situación similar. Estela sonríe y sigue adelante.
Pinamar, el fin de la infancia y la importancia de las vacaciones
El tiempo pasó, pero la importancia de las vacaciones para la familia Cerati se mantuvo intacta. Es que, por las historias personales de Juan José y Lilian, formados en la cultura del trabajo y el esfuerzo, las dos semanas en la costa junto a la familia se habían vuelto sagradas. Las valoraban al extremo y hacían que sus hijos también sintieran eso. Las consideraran un verdadero privilegio, vinculado al paso de los días y las noches todos juntos en los espacios naturales.
Inclusive, Estela recuerda que los Cerati coincidieron un verano en Mar del Plata con María, su abuela paterna, y su tía Dora, quienes habían alquilado un departamento céntrico. “A ellas les gustaba ir al Casino y a mis papás no. Ellos sólo querían que disfrutáramos del aire libre”, subraya.
El genio del rock latino, durante una de sus primeras visitas a las playas de la ciudad.
Cuando Gustavo cumplió la mayoría de edad, en 1977, y la fisonomía de Punta Mogotes cambió para siempre, la familia buscó nuevos rumbos. Esa época coincidió, además, con una nueva mejora económica que le dispensó a Juan José la posibilidad de comprar un departamento en la costa. Y después de analizarlo con su esposa, los Cerati decidieron recalar en Pinamar, donde sus descendientes aún disfrutan de la misma vivienda.
El cambio llegó también con la explosión vocacional del mayor de los hijos del matrimonio, quien mostraba a los demás, temporada tras temporada, sus avances en los estudios de la música y sus nuevos grupos preferidos. “No me acuerdo si llevaba la guitarra, pero sí que estaba como loco con The Police y nos mostraba sus canciones a todos.
Pero Pinamar ya fue otra etapa, él empezó a pasar cada vez menos tiempo con nosotros, o iba desde otros lugares, porque tenía a sus amigos. Y ya después empezaron las giras con la banda… Mar del Plata nos vio crecer nuestros primeros años de vida, que fueron terriblemente poderosos y seguramente inspiradores para todo lo que vino después”, asegura Estela.
En su añoranza, para ella todos eran lugares mágicos en “La Feliz”. No había uno que no lo fuera. “Hemos sido testigos de una ciudad que cambió con el tiempo y la ciudad también ha sido testigo de nuestros cambios”, manifiesta.
Si realmente fue así o la nostalgia hace que los adultos idealicen la infancia, resulta ahora irrelevante. Porque Estela se alegra tan sólo conmemorando esos días como los más hermosos de su vida. “Es esa etapa a la que, si pudiera, hoy quisiera volver”, dice. Y sospecha que aquella noche de enero del ´92, de nuevo en Mar del Plata y ya en la cúpula, su hermano Gustavo deseó exactamente lo mismo.
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